La mochila que llevo no es agraciada ni fea. No es de las más grandes pero entra todo lo necesario. Tiene arañazos de viajes y eso es lo que la hace inimitable. Algunas veces la abarrote con el peso de cosas que no podía aguantar, sin embargo, resistió. En otros momentos la vacié tanto que se sintió inservible pero como siempre no me desamparo. No tiene garantía contra topetazos y menos por su uso. Suma kilómetros y abriles a cada paso que doy. No dejo que nadie más la transporte, nadie la va a proteger mejor que yo. El desgaste la hace más fuerte. Cada aguacero hace que se moje menos en el próximo. Con cada nueva aventura va aprendiendo que mapas le sirve y cuales jamas guardar. No es de marca pero lleva muchas que hacen que se destaque. No es creyente de las brújulas ni de las agendas. Le gusta ayudar a llevar el peso de los que me acompañan. Tarde en darme cuenta y es que si no la cuido se puede quebrar. Cuesta mucho arreglarla. Mientras más amarrada al cuerpo aguanta más y hace que el fardo se sienta menos. Mi mochila ya no carga pedruscos ni aire. Tampoco "palabras que duelen" ni "que hubiera pasado". Se la pugna conmigo, crece con cada experiencia y no la cambio por nada.
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